jueves, 1 de diciembre de 2016

LA FINAL QUE NUNCA SE JUGO

Fue tan tocante en lo emocional, que aún hoy queda en nuestras retinas, la actitud de un pueblo como el colombiano, que mas allá de un partido de fútbol, una final como la que se iba a disputar en el estadio Atanasio Girardot, de la preciosa ciudad de Medellín, una multitud adentro y otra afuera, tributaron el mas grande homenaje póstumo, jamás visto en el mundo.
Cuanto sentimiento a flor de piel, cuanta sensibilidad ante la desgracia del Chapecoense, cuanta tristeza sincera reflejada en los rostros de autoridades, periodistas, como los que condujeron el acto, y la gente en las tribunas. Aquello fue conmovedor. 
A mi no me llamó la atención, proviniendo de donde era, una ciudad de encanto como su gente, donde la educación, el respeto, la solidaridad fueron los grandes protagonistas de una noche de lágrimas por doquier, que provenían de lo mas profundo del alma. Gente de blanco para homenajear pos morten a setenta y un víctimas de una tragedia infame, entre ellas un equipo de fútbol brasileño modesto, que iba por la gloria. 
Que ejemplo maravilloso se brindó al mundo entero, y donde nadies estuvo exento de dolor, que sacudió a todo el planeta.
A uno le faltan las palabras y los adjetivos para calificar, el sentido de deportividad de una institución como Nacional de Medellín, que a quien habla no sorprendió porque la conoció de adentro.
Mientras decimos todo esto, en nuestro país jueces y fiscales trabajan denodadamente para identificar y mandar a la cárcel a delincuentes que nada entienden de deportividad y cometen barbaridades como las vividas en un clásico que tampoco se jugó, pero con una diferencia que enloda al país y marca sustanciales diferencias sobre como debe encararse el deporte.

                      VIVA COLOMBIA Y  SU GENTE

                                                                         Enrique Bello

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