sábado, 22 de agosto de 2020

, UNA VEZ CONTÉ UN CUENTO Capítulo 8

En uno de los tantos viajes que hice con los veteranos de Nacional por el interior, un día caímos en el pueblo Zapican, allá por la ruta 7, fuimos a jugar contra un equipo lugareño de muchos muchachos jóvenes. Llovía intensamentese cumplían 100 años del lugar, y estaba por llegar el helicóptero con el presidente Luis A Lacalle Herrera. 
La gente había rodeado en gran cantidad la canchita en que se jugaría el partido, Por supuesto que los jóvenes locales, corriendo nomás eran imparables y nos ganaron.  Pero ocurrió un hecho que todavía y a pesar de  los años pasados recuerdo. Héctor Santos ya retirado era el golero de Nacional, en determinado momento, vimos y oimos algo que trajo la carcajada general de adentro y de afuera de la cancha, un pibe que jugaba muy bien en los locales encaró a al patín Santos, los dribleó le piso la pelota y le hizo el gol por debajo de las piernas.  La bronca de Santos era brutal, encaró al botija lo agarró de un brazo y le dijo, vos sabes quien soy yo, mientras el gurí lo miraba asombrado y con cara de susto, yo soy Héctor Santos golero de Nacional Campeón de Américva y del Mundo, y lo que vos hiciste conmigo es un atrevimiento y no te lo permito. Así eran los jugadores de antes. Por supuesto todo terminó bien y con sonrisas.
Después y mientras llovía a cántaros un espectacular quincho nos recibía para el asado con cuero, vino tinto de la zona y en un ambiente de no menos de cincuenta personas. Las delicias que comimos sin palabras. 
Pero lo mas jocoso y no sin una dosis de nerviosismo previo se produjo, cunado se abre la puerta del quincho y se ve aparecer una figura típica del lugar, que había dejado su caballo atado al palenque. Hombre grande rudo, de bigote espeso, vestido de gaucho y con un semejante cuchillo en la cintura, lo primero que dice, es quien de los que está acá es Enrique Bello, yo que estaba en la otra punta de la mesa, escuché mi nombre y juro que me asusté de aquella voz gruesa y fuerte que me andaba buscando. Alguien le señaló quien era yo y se fue acercando, yo temblaba como una vara de mimbre. me estiró la mano, me abrazó como lo hace la gente de campo, me pegó tres manazos en la espalda que casi me dasarman y me dijo yo soy escucha de Dale Bolso y quería venir a saludarlo. 
La sorpresa iba creciendo, se arrimó hasta un ventanal que tenía el quincho y me dice ve allá atras de aquella loma está mi rancho, una gruesa bruma no dejaba ver con claridad pero capté. Bueno hay varias leguas hasta allí, y en la punta de ese rancho flamea la bandera de Nacional los 365 días del año, y ud es mi único contacto que tengo con la institución.
Juro que el corazón se me salía del pecho, las lágrimas eran el común denominador y el silencio de los comensales la imagen patente de un hecho que para mi fue inenarrable. 

Al llegar a Montevideo le mandé un gran banderín de Nacional para que lo tuviera como un humilde recuerdo de una jornada  que jamás podré olvidar.


                                                                   Enrique Bello

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